Las situaciones radicales son los raros momentos en que el cambio cualitativo llega a ser realmente posible. Lejos de ser anormales, revelan en qué medida estamos casi siempre anormalmente reprimidos. En comparación con ellas la vida «normal» parece la de un sonámbulo.
Los jefes son ridiculizados. Las órdenes no se respetan. Las separaciones se disuelven. Los problemas personales se convierten en cuestiones públicas; las cuestiones públicas que parecían distantes y abstractas se transforman en un asunto práctico inmediato. Se examina el viejo orden, se le critica, se le satiriza. La gente aprende más sobre la sociedad en una semana que en años de «estudios sociales» académicos o «toma de conciencia» izquierdista. Se reviven experiencias largo tiempo reprimidas. Todo parece posible ? y muchas más cosas lo son realmente. La gente apenas puede creer lo que tenía que soportar en «los viejos días.» Aunque el resultado sea incierto, la experiencia se contempla muchas veces como valiosa en sí misma. «Sólo tenemos tiempo de…» escribió un graffitero de mayo del 68; al que otros dos respondieron: «En todo caso, ¡no nos arrepentimos!» y «Tres días ya de felicidad.»
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