‘Carcoma’ es –escribe Esther López Barceló– un «grito de alerta y denuncia contra tantos casos de mujeres rotas, heridas, pisoteadas y muertas que ha dejado la violencia patriarcal y fascista sepultadas en las cunetas de nuestra Historia».
Reseña:
Que las casas tienen memoria es cosa sabida. De ello pueden dar fe quienes se han visto en la triste tarea de vaciar el hogar familiar tras la desaparición de uno de sus progenitores, o incluso de ambos en el más nefasto de los casos posibles. Es entonces cuando, desde cada recodo, huella o grieta, la casa nos habla, nos grita e incluso nos hiere.
Porque, por ejemplo, acariciar la señal indeleble que dejó en el gotelé un lápiz amarillo, que hace décadas se situó sobre nuestra cabeza, nos transporta a la velocidad del rayo al lugar desde donde amanecimos al mundo. Regresar a la casa en la que has crecido trae aparejada siempre la esperanza de una aparición, de un destello, de un resquicio abierto a un tiempo que ya no existe. Las casas tienen ese poder porque, además, albergan las reliquias de nuestros santos y mártires, de nuestros antepasados queridos y también de los desconocidos. Los hogares vividos son siempre una fosa abierta con los estratos al aire, esperando ser redescubiertos por quienes colmataron la tierra que los cubre.
Layla Martínez va más allá y transforma la casa en un organismo vivo que a menudo se rebela contra las adversidades que padecen sus habitantes. Uno que se queja y se retuerce, que apresa, retiene y maldice. Carcoma (Ed. Amor de Madre) se entronca en la tradición literaria que imagina hogares hechizados, a menudo perdidos en el bosque. Solo que en este caso no se trata de un hogar ajeno, ni fronterizo, aunque sus inquilinas transiten en los márgenes. La de Carcoma es una casa enclavada en un espacio y un tiempo de violencias patriarcales y de clase que no cesan, que se reinventan para seguir doliendo. Y es la historia de una mujer que vengó a toda su estirpe.
Layla Martínez escribe con la seguridad de quien conoce el camino y lo emprende con la mano firme, a una velocidad que puede intuirse en sus frases largas desnudas de comas porque lo que se dice no admite pausas. Porque las voces que nos hablan tienen mucha prisa y un poso de carcoma alojado en el vientre. Abuela y nieta, en cada capítulo, van intercalando su propia visión de los hechos acerca de un acontecimiento que iremos conociendo a medida que las dos mujeres hilvanan sus relatos, empezando por el principio de los tiempos y acabando en el presente.
Martínez respeta la oralidad imaginada para ambos personajes, recreando los hablares propios, tanto de nuestras abuelas, como el de nosotras, las nietas. Y acierta. Si llegamos al final del libro, en los agradecimientos, sabremos que la autora no escribe de oídas porque es también ella la nieta de quienes limpiaban la roña y cuidaban los niños en las casas de los que ganaron la guerra, esos que «cuando decían España se les llenaba la boca de sangre». Es también ella, Layla Martínez, como su personaje, una nieta que se subleva a través de la literatura y que cuenta las miserias de esos señoritos y señoras de bien que disfrutaban vejando a quienes les procuraban el cuidado necesario para seguir viviendo. En Carcoma esa familia se ve representada en los Jarabo, para los que la autora reserva un papel fundamental en la trama pero sin que acaparen el foco de atención, porque son ellas, las cuatro generaciones de mujeres que habitan la casa, las únicas importantes. De las que, sin embargo, no sabremos el nombre como también hizo Daphne de Maurier con la protagonista de Rebeca, otra historia de una casa que engulle a sus moradores.
Pero, como decía, esta no es una novela sobre casas encantadas o de terror al uso, este libro es mucho más que eso: es un grito de alerta y denuncia contra tantos casos de mujeres rotas, heridas, pisoteadas y muertas que ha dejado la violencia patriarcal y fascista sepultadas en las cunetas de nuestra Historia. Y Martínez no solo exhuma una de esas historias sino que la eleva a la categoría de novela, renunciando a revictimizar a sus protagonistas. Es una obra que recuerda al realismo mágico de la mejor literatura latinoamericana, a la escritura de Cristina Rivera Garza, Mariana Enríquez, María Fernanda Ampuero, María Luisa Bombal e incluso Elena Garro. La autora de Carcoma se arriesga como ellas con un texto en el que la vida y la muerte se entrelazan, deshaciendo los límites de lo posible.
La inspiración le llegó a Martínez a través de un cuadro. Un retrato situado en un recodo entre las vigas del techo, un lugar inhóspito para colgar una imagen enmarcada. Nadie nunca hablaba de ese hombre que les miraba desde aquella endiablada altura. Hasta que un día supo que era su bisabuelo, aquel «que vivía de las mujeres», y tirando del hilo de aquellas frases ambiguas que no decían nada, por fin supo. Su abuela le contó acerca de los muertos que se aparecen en las casas manchegas y de todos los que en la suya han ido apareciendo a lo largo de los años. Y a partir de toda esa información, Martínez ha cosido este libro en el que zanja de una vez por todas tanta violencia de clase y de género repetida y carcomida en los cuerpos de tantas mujeres, empezando por las de su propia familia. Por eso es justo decir que Carcoma es, sobre todas las cosas, la venganza literaria de Layla Martínez, una genial integrante de esa generación de escritoras que reivindica por fin el tardío protagonismo de nuestras abuelas, las que nunca más volverán a ser las eternas secundarias de la Historia.
FUENTE:AQUÍ
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