Tercer tomo de las obras completas de Mijail Bakunin; Federalismo, socialismo y antiteologismo (1867-1868) | Textos para Rusia (1868-1870)
«Por mucho que les pese a todos los pequeños filósofos, a todos los sedicentes pensadores religiosos: la existencia de dios, implica la abdicación de la razón y de la justicia del ser humano, es la negación de la libertad humana y desemboca necesariamente en una esclavitud no solo teórica, sino práctica. A no ser por lo tanto que se desee la esclavitud no podemos ni debemos hacer la menor concesión a la teología, porque en ese alfabeto místico y rigurosamente consecuente, quien comience por A ha de llegar fatalmente a Z, y quien quiera adorar a dios debe renunciar a su libertad y a su dignidad de hombre: Dios existe, por tanto el ser humano es esclavo. El ser humano es inteligente, justo, libre, por tanto dios no existe. Desafiamos a cualquiera a salir de este círculo, y ahora que cada uno elija su sitio.»
«Rechazamos resueltamente a aquellos que, al ir al pueblo, incluso animados por las intenciones más generosas, le consideran con altivez y, llevados de su estúpida soberbia, se dicen «en mí está toda la sabiduría y en el pueblo toda la necedad». Solo pueden ser nuestros hermanos los que por el pensamiento, la voluntad, el corazón, el respeto sincero para el pueblo son sus verdaderos amigos y hermanos. Por esta razón y también porque somos los enemigos abnegados del Estado y del sistema estatal, rechazamos a todos los servidores de las leyes, todos los escribidores políticos, viejos y jóvenes, estos pálidos imitadores y aduladores de la civilización estatal occidental burguesa, aquellos que razonan gravemente sobres los intereses del pueblo, que se burlan de él en realidad, que no lo conocen ni lo quieren conocer, pero que quieren servirse de él como material pasivo de sus experiencias intelectuales. Al lado de su verborrea insoportable, pedante, en que falta el alma, otros motivos más importantes nos obligan a considerarles con repulsión: representan las ideas y orientaciones que, de triunfar y anclarse en Rusia, la matarían sin la menor duda. Un olor a cadáver se desprende de ellos.»
Introducción de Tomás Ibañez
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