Rural no es la explicación del modo de vida de tres campesinos, como parece en sus primeras páginas. Es algo mucho más ambicioso. Es el retrato de un cuadro mucho más amplio que incluye la «crónica de un conflicto» que sirve de subtítulo a la obra. Leída tantos años después de su publicación original, hace casi tres lustros, y en un entorno que nada tiene que ver con el que describe, una zona francesa muy concreta, el valor de la obra está precisamente en lo que aporta el autor. No es ya contenido de actualidad, ni siquiera es cercano para el lector español, pero lo que Davodeau consigue es generar empatía incluso con esa enorme distancia. El conflicto que narra aconteció hace mucho, pero aún así se vive casi como uno propio, sobre todo cuando precisamente el centro de atención del cómic enriquece a esos tres ganaderos con la pareja que ve afectada su vida por el trazado que se pretende dar a una nueva autopista. Davodeau captura instantes, pero sobre todo sensaciones. Es un cronista, pero también un narrador. En ambas facetas es sorprendentemente sincero, hasta el punto de que explica sin reparo alguno a quién y por qué da y no da voz en su libro.
Y así, incluso convertido él mismo en actor de su historia (porque estaba allí, forma parte de la subjetividad de la que habla en el preámbulo), Davodeau va tejiendo un mundo complejo. No hace falta saber mucho sobre el campo, sobre las personas que retrata o sobre el conflicto que narra. Sus explicaciones bastan. Y sobre todo sus dibujos atraen. Porque da vida a lo anecdótico, pero también a lo general. La historia arranca con lo primero, con el nacimiento de un ternero, y finaliza con una poética y triste visión del mundo que va avasallando al medio rural que describe con precisión. La misma humanidad que desprenden sus palabras son las que se aprecian en sus ilustraciones, cálidas, sencillos y cercanas. Aunque el dibujo sí pueda parecerse al de otros géneros, lo cierto es que hay muy pocos cómics como Rural. Normalmente, los autores optan por crear una ficción a partir de hechos reales o, directamente, imaginarlos en torno al tema que quieren tratar. Pero Rural fotografía la realidad. No lo hace con una cámara, sino con lápiz y papel. Como propuesta, es lo suficientemente original como para merecer una oportunidad. Pero una vez leído, como ya sucedió con Los ignorantes y a pesar de que aquí no tenga el gancho del cómic como referente, no queda más remedio que aplaudir a Davodeau, que genera interés por un tema ajeno y construye un espléndido cómic que llega a lectores que no tendrán nunca la motivación de la cercanía al tema tratado.
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