Entrevista a Layla Martínez

Layla Martínez es conocida por ser una de las editoras de Levanta Fuego (anteriormente Antipersona), editorial independiente de ensayo y narrativa con publicaciones que intentan mirar la realidad de un modo radical, crítico y subversivo. Además de eso, ha publicado relatos en diversas antologías, como Estío (Episkaia, 2018) o No son molinos (Editorial Cerbero, 2018). También ha escrito obras más largas, como el  libro de ensayo Utopía no es una isla (Episkaia, 2020) o la novela Carcoma. Esto es sólo una parte de su trabajo, y ya de por sí es una trayectoria impresionante, por lo que no hemos podido resistir la tentación de invitarla a navegar en nuestra nave para descubrir nuevas tierras.

Eres editora en Levanta fuego, antiguamente conocida como Antipersona. En la editorial habéis publicado tanto ensayo (la línea que usa el nombre de Antipersona) como narrativa de género. Todos los libros siguen una línea muy clara centrada en lo radical, crítico y subversivo, ¿algún libro que destacar de todo lo que habéis publicado?

Creo que, si solo tuviese que escoger uno de los libros de la editorial, me quedaría con Stone Butch Blues. El libro cuenta la historia de Jess Goldberg, una lesbiana butch de clase trabajadora que vive en el Estados Unidos de los años sesenta y setenta. Es una novela, pero tiene mucho de la biografía de la propia Leslie Feinberg, la autora, que era una persona maravillosa y todo un referente político: militó en organizaciones comunistas y LGTB durante toda su vida y participó en campañas antirracistas, propalestinas y contra la estigmatización de las personas con VIH. Escribió varios libros, pero Stone Butch Buch es absolutamente increíble, está escrito con una enorme conciencia de clase y de la situación de opresión como lesbiana butch. Cuenta situaciones muy duras, incluidas violaciones, palizas y torturas policiales, pero también habla de la esperanza, de los vínculos, de la familia y la comunidad elegidas, de la posibilidad de luchar para cambiar las cosas.

Recientemente habéis «ampliado» la editorial, diferenciando en diversas líneas vuestros libros. ¿Qué os hace tomar esa decisión? ¿Cómo os ha afectado la crisis del papel y más con esta ampliación de catálogo?

La ampliación se debe a que queríamos crear una colección centrada en el ecologismo y el antiespecismo, porque creemos que la crisis ecológica necesita de todos los esfuerzos posibles. El primer libro de la colección saldrá después del verano, tenemos ganas de que vea la luz. En cuanto a la crisis del papel, la verdad es que está siendo duro porque acumulamos dos subidas ya este año. Los márgenes de los libros son bastante reducidos, así que se hace difícil hacer frente a las reimpresiones de los libros que se van agotando.

Además de editar libros, escribes sobre ellos, como es el caso de Hijas del futuro, dónde tienes un ensayo haciendo un repaso sobre ciencia ficción escrita por mujeres entre los siglos XVII y XIX, ¿por qué escogiste este tema?

Llegué a ese tema porque estaba investigando el papel de la utopía en la ficción. La mayoría de las autoras que escribieron ciencia ficción en esa época escribieron utopías porque era un género muy extendido en la época y que se utilizaba con frecuencia para la denuncia social, así que me encontré con sus libros. Muchas de las utopías que imaginaron hoy no las consideraríamos así porque son racistas, clasistas o capacitistas, pero también está bien hacer un repaso crítico.

Este texto parece una semilla de tu libro de ensayo Utopía no es una isla, editado por Episkaia, donde ahondas en diversas utopías, tanto ficticias como reales y lo creas con una idea muy clara de que el hecho de escribir distopías afecta a nuestra forma de ver el mundo actual y abandonarnos a la lucha. ¿Qué textos utópicos recomendarías, que no menciones en el libro?

Cuando escribí el artículo ya estaba metida en la investigación que daría lugar a Utopía no es una isla, así que en cierto sentido sí es una semilla. En cuanto a libros utópicos, la verdad es que es difícil, porque justamente el problema es que se han escrito muy pocas utopías, ni siquiera hay muchas novelas de ciencia ficción en las que haya cierta esperanza en el futuro, aunque este no sea utópico. Algunos de los libros que puedo mencionar ya los conocemos todos, como la obra de Ursula K. Leguin o Kim Stanley Robinson. De todas formas, yo sí creo que esta tendencia está cambiando y que se percibe cierto agotamiento de la distopía y cierta necesidad de hablar de otras cosas. Quizá no todavía de utopías, pero sí al menos de futuros no del todo distópicos.

Además, en Utopía no es una isla hablas de la responsabilidad de la gente que escribe, de los mensajes que transmiten en sus libros, ¿qué crees que son los temas que te obsesionan a ti a la hora de escribir, tanto no ficción cómo ficción?

Creo que toda la producción cultural está impregnada de política, ya sea de forma más o menos consciente o más o menos explícita. Me parece importante que los autores reflexionemos sobre ello, sobre a quién beneficia y a quién perjudica nuestra obra, a quién puede dañar y a quién puede ayudar. Eso no significa que tengamos que poner la política por encima de todo obligatoriamente y hacer girar toda la obra en torno a eso, que los personajes y la trama tengan que estar al servicio de transmitir unas ideas, a mí me parece bien si se hace eso y también si no se hace. Es decir, yo no creo que haya una literatura panfletaria y otra que no lo sea, creo que en todas las obras hay política de forma más o menos evidente, pero eso no hace mejor o peor a una obra. Hay grandes obras de la literatura que son muy panfletarias, que son prácticamente una oda a la familia o al capitalismo, por ejemplo, y es buena literatura. Y otras en las que lo político es más sutil y son malísimas. Pero elijas la opción que elijas, sí creo que al menos tienes que reflexionar sobre lo que estás haciendo.
En cuanto a los temas que me obsesionan a mí, creo que son sobre todo la violencia de clase y las relaciones familiares, también la venganza, sobre todo cuando son venganzas que se planean durante mucho tiempo.

La literatura de terror es un buen medio para tratar problemáticas sociales, y eso ya lo vemos en obras clásicas como, por ejemplo, El papel pintado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman. En la actualidad, este aspecto resalta mucho y es inevitable acordarnos de tu Carcoma, en la que abarcas muchísimos temas, desde la España vaciada hasta los traumas intergeneracionales, la diferencia de clases o la violencia de género dentro del núcleo familiar y fuera de él. No cabe duda de que a través del terror exorcizamos nuestros miedos. ¿Qué pretendías exorcizar tú en Carcoma?

La verdad es que cuando empecé a escribirlo no me planteé que quería reflexionar sobre unos miedos concretos, creo que de eso me di cuenta en el proceso de corrección, que fue bastante largo porque prácticamente reescribí la novela entera. En realidad me planteé más que quería escribir la historia de las mujeres de mi familia materna y que además quería que esa historia tuviese un final diferente, que en la ficción esas mujeres pudiesen vengarse.

Es inevitable preguntarse: ¿cuánta realidad hay en Carcoma? ¿Y cuál fue su germen?

En Carcoma hay mucho de la historia de mi bisabuela y mi abuela materna, también de la historia de la casa de mi familia materna. En realidad es su historia pero con otro final por lo que decía antes, porque quería que al menos la ficción fuese un espacio en el que pudiesen vengarse. También hay mucho de la cultura de la muerte de esa zona y de las creencias de mi abuela en lo sobrenatural y en los santos. El germen fueron justamente esas creencias, que creo que no se conocen mucho fuera de esa zona y que incluso allí se están perdiendo.

¿Cómo ha sido crear no una, sino dos narradoras poco fiables como son la nieta y la hija que protagonizan Carcoma?

Eso fue lo más divertido y también lo más difícil, crear dos personajes con diferentes formas de ver las cosas, diferentes motivaciones y diferentes intereses que en el propio proceso de contar su historia se van conociendo y van convergiendo y poniéndose de acuerdo. Pero en realidad esto es algo que pasa mucho en la realidad, en un conflicto familiar como los que hay en Carcoma es muy habitual que cada miembro de la familia tenga una visión distinta y que se callen cosas y acusen a otros de mentir.

En la casa de más de una abuela habrá algún huesecillo humano enterrado, alguna reliquia familiar espeluznante… En la mía, por ejemplo, hay cuadros de mis antepasados que, vayas donde vayas, te siguen con la mirada, como juzgándote. Esos cuadros guardan secretos de varias generaciones de mi familia. ¿Crees que hay que desenterrar este tipo de secretos, estas violencias (de clase, de género, de guerra) que han vivido nuestros antepasados y que ahora parece que queramos obviar como si no nunca hubieran ocurrido?

Yo creo que está bien conocer de dónde venimos, qué heridas hay en nuestras familias, porque inevitablemente forma parte de lo que somos. No sé en otros lugares, pero al menos en la zona de Castilla de donde es mi familia, y sobre todo en las generaciones anteriores, los silencios son muy importantes: qué se cuenta y qué no, a qué miembros de la familia se cuentan unas cosas y a cuáles otras, sobre qué se puede hablar y sobre qué no. Y eso además está atravesado por la situación política de la posguerra y la dictadura, que nuestros abuelos y nuestros padres vivieron y que fue un auténtico genocidio que nunca ha sido reparado, así que los traumas y los fantasmas siguen presentes.

¿Crees que hay esperanza para esos vacíos (en la tierra, en las familias) que existen en nuestro país?

Yo soy bastante optimista y además creo en la venganza y la rabia como herramientas políticas, en un sentido similar a lo que decía Mark Fisher sobre el resentimiento, así que sí creo que hay esperanza.

¿Qué es lo que más te atrae del terror?

Su capacidad para pulsar los miedos colectivos, también su enorme capacidad de impacto cultural. Algunas de las películas y novelas que más han impactado en el imaginario colectivo son obras de terror, desde Drácula y Frankenstein a El exorcista y El sexto sentido.

¿Te planteas escribir alguna novela en otro género fantástico?

Por el momento creo que voy a seguir con el terror.

Y ya para despedirnos… ¿Nos recomiendas autoras, autores no binaries y libros de género fantástico para que podamos ampliar nuestra pila de lecturas pendientes?

Yo leo sobre todo terror, y en concreto mucho terror y fantástico latinoamericano, así que mis recomendaciones van a ir por ahí: además de la obra de Mariana Enríquez, que ya todo el mundo conoce, recomiendo mucho la edición de los cuentos reunidos de Amparo Dávila que acaba de publicar Fondo de Cultura Económico. También Las voladoras de Mónica Ojeda, Sulfuro de Fernanda García Lao, Misa de amor de Marosa Di Giorgio, El huésped de Guadalupe Nettel, Cometierra de Dolores Reyes…

Aquí despedimos a Layla Martínez y le agradecemos que se haya dado una vuelta por los camarotes para hablarnos de su obra y dejarnos recomendaciones para el futuro

 

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